29 de octubre de 2020

El despertador sonó, son las 5:20 de la mañana, me levanto y desactivo la alarma externa que por largas horas me protegió, me tranquilizó, me alentó y me libró de los virus  - esto mismo, pero en plural -. Vuelvo a la posición anterior, tomo el despertador y lo adelanto a las 5:25… entonces inverné. Una vez más vuelve a sonar y ese sonido me calma. Entonces bajé, calenté el agua, preparé el mate, tomé el iPad, abrí el periódico para ver el resumen de las noticias de ayer.
No, no hice nada de eso, fue mi imaginación.
Ya son las 6:05, por el abrir y cerrar de una puerta y los pasos lentos el pasillo, alguien se prepara para descender. Oigo los pasos en cada uno de los escalones y en un momento dado él se detiene, abre la cortina, la ventana e continua su trayecto… abre una puerta y desconecta las luces de nuestra vivienda, en seguida se dirige al lugar de oración y se queda en silencio, es un anciano de 78 años.
Fue un tiempo muy corto…un silencio monacal, ¡qué pena que haya durado tan poco! ¡Bah! Escucho el ruido de abrir y cerrar de la puerta… fue estruendoso, siento temor. Miro el despertador, son las 6:12.   Alguien baja con rapidez, corriendo como una liebre haciendo ruido en la escala y se dirigía al lugar de oración, el joven de 32 años.
Ahora escucho caer el agua en el lavabo, y la descarga del estanque del baño. Es el vecino. La puerta del cuarto se abre y se cierra, alguien desciende la escala, la cafetera está encendida y uno más se dirige al lugar de oración, era el de 27 años.
Estamos todos allí, dirigiendo nuestras oraciones al Padre creador de todo Universo.
¿Y ahora? El aroma del café sube. Son las 6:42, y yo todavía estoy con la sanción de que el despertador me va a despertar, pero no. Despertamos juntos, hice todo, aunque sin todos.
Un día igual como los otros.